La semejanza del segundo mandamiento con el primero
nos deja fuera de juego. Porque, si no soy capaz de amar a mi prójimo, sea de
la condición que sea, tampoco estaré amando a Dios. Si no cumplo el segundo, no
cumpliré el primero.
De modo que, si quiero de verdad amar a Dios tengo que
cumplir el segundo. Que por otro lado, lo tengo a mi alcance y lo veo. ¿Cómo
puedo amar a Dios que no lo veo y ser indiferente a los hermanos que tengo
delante de mí? La prueba de que amo a Dios la manifiesto en mi amor al prójimo.
Sobre todo a los más pobres, a los más desamparados,
excluidos, enfermos e incluso enemigos. La misión no es fácil. Jesús, el Señor,
lo sabe, pero, también sabe de nuestras fuerzas y nos conoce. Con Él podemos
convertir nuestro corazón egoísta y duro, en un corazón generoso, amoroso y
misericordioso. Amén.
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