Muchos, por experiencia, sabemos que hemos perdido
muchos trenes en nuestra vida, pero, esta llamada e invitación a este Banquete
Eterno no es un tren más, sino el Tren de mi vida. El único importante y al que
todos aspiramos alcanzar. Por tanto, hay que enterarse muy bien, escuchar y
abrir los ojos y oídos para no dejarla pasar.
Y, a pesar de nuestros maltrechos vestidos – pecados y
miserias – no debemos desesperar ni rechazar la invitación, pues es para todos.
Y todos son todos, sin distinción de ninguna clase y en clara extensión y
universalidad. Solo necesitamos querer y, con verdadera humildad, abrirnos a la Misericordia de Dios.
Está claro y entendido que a ese Banquete no podemos
ir con segundas intenciones. Sin el vestido de la Gracia quedaremos al
descubierto en nuestra apariencia. Para Dios, único juez, quedará visible y
señalado como un entrometido que no debía asistir, y condenado por atrevimiento
y mentira.
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