Cuando nos proponemos encontrarnos con el Señor, lo primero es abajarnos hasta la pequeñez y humildad. Tenemos que hacernos pequeños – como niños – para que como Él, siendo Dios, se hizo hombre pobre y humilde.
Y, a partir de ahí, caminar hacia su encuentro pacientemente y confiadamente hasta que Él decida presentarse delante de nosotros y abrirnos la puerta de la Casa del Padre, a donde nos ha dicho que ha ido a prepararnos una mansión – Jn 14,2 -.Y eso exige estar vigilantes y preparados.
Por tanto, miremos al anciano Simeón, que estuvo atento y abierto a la acción del Espíritu Santo, y que, movido por Él, siguió el camino que le llevó a encontrarse con el Niño Dios encarnado en Naturaleza humana. Abramos también nosotros nuestros corazones a la acción del Espíritu.
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