María prepara al Señor, le perfuma y le dispone, de alguna manera premonitoria como el perfume de nuestra vida. Porque, Jesús es el perfume del amor que nos da ese olor amoroso y misericordioso que da sabor y dulzura a nuestra vida. Pero, eso supone primero su Muerte.
Una muerte voluntaria y entregada por amor. Una muerte que se fragua en el día a día de su disponibilidad, de su darse, de su ternura, de su palabra y de su misericordia infinita. Una muerte entregada con verdadero amor misericordioso y lleno de paciencia y ternura.
Y ofrecida con el dolor que, lejos del sacrificio económico, y de la última palabra, significa y esconde el gozo y la felicidad de la Resurrección. El triunfo de la vida sobre la muerte y el gozo del triunfo del amor. ¿No se merece Jesús que le entreguemos el mejor perfume de nuestra vida?
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