La
vida es nuestro gran regalo. Un regalo que tenemos que aprovechar. Y lo hacemos
en la medida que la compartimos y ofrecemos, con misericordia y amor, a los más
necesitados. No podemos quedarnos al margen e indiferentes.
La
parábola del hombre rico nos enseña cual es nuestro camino. Éste, el de este
mundo es un camino con fecha de caducidad, pero, al que vamos, tal y como nos
descubre la parábola es para toda la vida – eterno – sin fecha de caducidad e
irrevocable.
Debería ponérsenos los pelos de punta y la piel de gallina. Todo lo que podamos conseguir aquí abajo no llega no sirve para nada, son puras migajas comparado con la felicidad que nos espera en la morada que Jesús, el Señor, ha ido a prepararnos.
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