Se ven desplazados. La multitud te sigue y admira tu
forma de hablar y de tratarle. Experimentan ternura en tu mirada y alivio con
tus obras. Quieren estar contigo.
Y ellos, los sumos sacerdotes y fariseos empiezan a
verse relegados, sin gente que les sigan. Buscan falsas razones y apariencias para
justificar tu condena. No te creen y cierran sus corazones a tu Palabra y a tus
obras. Están ciegos de ira y envueltos en la oscuridad.
Y ciegos deciden crucificarte. Judas, uno de tus discípulos, les brinda la ocasión y, en la oscuridad del pecado, se presta a condenar al Señor. Es la ceguera en la que nos envuelve e pecado. Nos somete y nos impide ver la ternura y la Misericordia con la que nos mira el Señor.
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