Dios, nuestro Padre, nos regala esa Vida Eterna que
anhelamos y que vive dentro de lo más profundo de nuestro corazón. No nos juzga
ni tampoco nos condena. Su Misericordia es Infinita.
La Misericordia de Dios necesita que tú y yo reconozcamos
nuestras debilidades y tengamos una actitud contrita y un deseo de no volver a
caer ni tropezar en la misma piedra. Porque, sin esa actitud no podrás recibir
esa Infinita Misericordia.
Esa fueron las Palabras que Jesús le dijo al final a aquella mujer adultera. Se incorporó después que todos se habían ido, y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?». Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».
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