Cuando
me paro y soy capaz de pensar que estoy salvado y destinado a vivir
inmensamente feliz eternamente, me quedo pasmado. Mi corazón se llena de gozo y
alegría y, levantando la mirada, doy gracias a Dios porque, por su Amor
misericordioso, estoy salvado.
Señor,
soy consciente de que el mundo, el demonio y mi propia carne son debilidades
que me acechan y me impiden seguirte. Se me nubla la luz de mi corazón e
inmerso en la oscuridad y seducido por mis pasiones, te doy la espalda y dejo
de seguirte. Ayúdame, Señor.
Mis miedos son productos de mi ignorancia y mis debilidades. Es verdad que soy débil, pero no debo obviar que Dios, mi Padre, anunciado por el Hijo, nuestro Señor Jesús, me ha revelado su Amor Misericordioso y me da la salvación eterna. Luego, ¡estoy salvado!
Al final, ¿qué importa? Todo lo que consigas aquí que no sea ofrecido, regalado y dado con y por amor, no vale para nada. Porque, quieras o no, tú destino, como el mío y el de todos es el otro mundo. Un mundo de amor, justicia y paz. ¡Ah, y Eterno!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu pensamiento es una búsqueda más, y puede ayudarnos a encontrarnos y a encontrar nuestro verdadero camino.