¡Señor!,
a pesar de mi pobreza, mis defectos e impotencia, me llamas, me perdonas, me ofreces misericordia, me quieres y confías en mí. Sabes de mis debilidades y
flaquezas y de que te fallaré. Sin embargo, no te importa, me llamas y confías
en mi respuesta.
En
la hora de nuestro bautismo recibimos al Espíritu Santo. Será Él quien nos
fortalecerá y dará la voluntad y fuerza para salir victoriosos de esta lucha de
cada día. Con y en Él venceremos, pero, para eso, necesitamos estar injertados
en Él. Precisamente, para eso ha venido a nosotros en nuestro bautismo. ¡De ahí
la gran importancia de bautizarnos!
Discernir
significa ver la diferencia que hay entre el bien y el mal. Porque, discernimos
para ver cual es el mejor camino para tomar. Es evidente que todos queremos
elegir el bien y la verdad. Y solo hay una, Jesús de Nazaret, el Dios encarnado:
Camino, Verdad y Vida.
Es evidente, nos lo dice el Papa
Francisco, que la oración, el conocimiento de uno mismo y el deseo son
elementos indispensables para el discernimiento. Y es que si uno no se para,
trata de contemplar y ver su vida interior y, en relación con Dios, pide luz y
sabiduría, su vida se disuelve en la oscuridad de este mundo. Luego, la
influencia del demonio y la debilidad de nuestra carne terminan por sumergirnos
en la esclavitud del pecado.
Es verdad, lo
corrobora mi propia experiencia, que nuestra propia historia nos alumbra el
camino. Las luces y sombras del recorrido nos enseñan que Dios ha estado con
nosotros. Tanto en los momentos de gozo como en los de dolor experimentamos que
Dios ha estado y sigue estando presente entre nosotros y que nos ha iluminado e ilumina nuestro camino.
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