Vivimos escondidos
en nuestras apariencias. Disimulamos nuestros defectos, debilidades y errores.
Escondemos nuestros pecados y aparentamos lo que en realidad no somos. Nos
cuesta ser humilde y mostrarnos como somos. ¡Y la realidad es que no queremos
ser así!
Tú sabes, Señor,
quien soy. He salido de Ti y me has modelado a tu imagen y semejanza. Conoces
todo mi cuerpo, mi espíritu y mis capacidades. Y, sabiendo todos mis pecados,
confías y no te cansas de llamarme. Gracias, Señor, por tanta confianza y fe en
mí.
Sabemos, por experiencia propia, que quien se busca y se enaltece termina humillado y descubierta su estratagema. Sin embargo, quien es humilde y se muestra tal cual es obtiene mejores resultados. Porque, la verdad y la humildad siempre enaltece.
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