No nos quedemos en
el pecado ni en el fracaso. Levantemos nuestra mirada y confiemos en nuestro
Padre Dio. Él siempre tiene sus brazos abiertos al perdón misericordiosamente.
Solo nos pide reconocimiento de nuestra debilidad y condición pecadora.
Quiero, Señor,
dejar todo mi ser en tus manos y, cada día, esforzarme en hacer tu Voluntad.
Por eso, te pido hoy que llenes mi pobre corazón de tu Amor Misericordioso, y
que el objetivo de mi vida sea vivir y actuar tal y como Tú lo has hecho. Amén.
Cuando nos damos por vencidos estamos reconociendo la victoria del pecado y nuestro sometimiento a la debilidad entregándonos al mundo, al demonio y a la carne. ¡Levantemos nuestra mirada y fortalezcamos nuestra esperanza! Nuestro Padre nos espera y, acepta nuestra condición pecadora si la reconocemos y le pedimos misericordia. ¡Tengamos confianza como aquel hijo pródigo!
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