Jesús no ha venido
a esconderse o a ponerle condiciones a tu salvación. Todo lo contrario, viene a
salvarte y a liberarte del pecado. Pero, como dijo a Zaqueo, necesita que le
abras la puerta de tu casa – corazón – para intimar contigo e iluminar tu vida.
Abre mis ojos,
Señor, para ver el camino recto que Tú me alumbras. Quítame las escamas que me
impiden ver la Luz que tu traes a este mundo y dame la sabiduría para entender
que detrás del dolor y la muerte se esconde esa felicidad eterna que Tú me
ofreces.
Es evidente que
todo depende del Señor, pero, a ti, como a mí, nos toca subir al árbol para
verle y responder a su invitación a venir a nuestra casa. Eso supone
escucharle, responderle, bajar de nuestra insolencia y suficiencia y abrirle la
puerta de nuestro corazón.
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