El peligro está en
la rutina. La costumbre nos va haciendo olvidar al Señor y a dejarlo
arrinconado y a no darnos cuenta de que Él es el centro de nuestro Templo.
Incluso, por mi propia experiencia, llegamos y no advertimos su presencia.
Estamos más pendiente de otros.
Mis oraciones y mi
contacto contigo, Señor, debe llevarme a preocuparme por el que sufre y te
ignora. Si mi corazón no arde en esa actitud de dar y darme gratuitamente por
amor, algo me pasa, Señor. ¡Despierta en mí ese deseo ardiente de darme por
amor.
Reconozco que no
soy consciente de la presencia del Señor como me gustaría cuando acudo al
Templo. Reconozco mi impotencia y debilidad. Supongo que me quedaría abobado y
perplejo si experimentara conscientemente delante de quien estoy. Y te pido,
Señor, que despierte mi cabeza y mi corazón. Amén.
Donde quieras que
vayas y permanezcas, tu anuncio y mensaje – de parte y en nombre del Señor
Jesús, debe ser la paz. Porque en la paz está contenido el amor que busca
siempre la verdad, la justicia y la concordia entre los hombres, sobre todo los
más pobres.
En la audiencia de hoy, el Papa
Francisco, comparte su vivencia en su viaje al Reino de Baréin. Nos habla de
diálogo, encuentro y camino buscando paz, concordia y buena voluntad.
Y es que estamos llamados a ser mensajeros de paz y amor. Porque, detrás de la paz y el amor se esconde la verdad, la justicia y la fraternidad. Dicho de otro modo, ese es el mensaje que nos anunció nuestro Señor Jesús. ¡Alabado sea el Señor!
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