Vivimos para la
eternidad. Hemos sido creados para eso. Y no porque lo deduzcamos nosotros,
sino porque nos lo ha revelado y anunciado el Señor, el Hijo de Dios Vivo. Él
ha sido el primero que, crucificado y muerto, ha Resucitado. Son muchos los
testigo.
¡Tengo sed, Señor!
Sed de esperanza; sed de paciencia; se de perseverancia; sed de justicia; se de
verdad, pero, sobre todo, sed de Amor. De ese Amor que Tú me das y que me pides
que dé yo también a los demás. Sobre todo a los más necesitados y pobres.
Hay muchas pruebas
que nos aclaran la evidencia de la resurrección. Primero, el deseo de justicia.
En lo más profundo de nuestro ser pensamos y esperamos que todas las injusticias
cometidas en este mundo se paguen algún día. Y eso significa que nos veremos en
otro mundo. Es decir, resucitaremos para recibir nuestro premio o castigo. Es
obvio que así sea.
Consecuencias de
tu libertad será cuidar de tu vida, de tu cuerpo y del medio ambiente en el que
vive. De ahí podrás deducir la responsabilidad que tienes de colaborar en el
bienestar propio y del ambiente en que vives. Es decir, del mundo que habitas.
Por tanto, tu preocupación y colaboración en no ensuciarte ni ensuciar el mundo; en no contaminar y, en consecuencia colaborar en reciclar todo aquello que pueda estropear el mundo en el que vivimos.
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