La salvación,
nuestra salvación, está entre los pobres. ¿Por qué entre los pobres? Porque así
lo ha querido el Señor. Él vino pobre a este mundo y no se dejó atar ni esclavizar
por nada. Y es que las riquezas nos someten y nos dominan y nos alejan de Dios.
Señor, me pierdo
en el camino de este mundo. Soy débil y mi fortaleza se desmorona con la más
mínima tempestad. Mi cansancio me puede y me vence y las seducciones de este
mundo terminan por perderme. ¡Señor, dame la fortaleza de no dejarte nunca!
Se hace necesario
liberarse del poder de las riquezas y de todo aquello que, invitado por el
poder del dinero, deseas satisfacer y tener. Llenas tu corazón de tantas cosas
que llegas a pensar y a creerte que sin ellas tu vida no tiene sentido. Y ten
siempre una cosa muy clara, solo Dios basta.
No esperes que tu
conversión se haga de hoy para mañana. Ni tampoco que sea sin tu esfuerzo.
Primero tendrás que abrir la puerta de tu corazón, ser humilde y dejar que el
Espíritu Santo trabaje en Ti.
Dios sabe y conoce tus sentimientos e intenciones más profundas, que quizás tu no conozcas. Y, en consecuencia, sabe de tus intenciones. Si son bien intencionadas el Espíritu Santo irá modelando y transformando tu corazón. No lo dudes.
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