¿Acaso pensamos
que la sanación en este mundo es la solución a nuestros problemas y al
encuentro de esa felicidad que buscamos? Aquí podemos ser sanados pero sabemos
que tendremos que morir. Luego, lo verdaderamente importante es salvarnos
eternamente.
Me has creado,
Señor, a tu imagen y semejanza pero, por mis pecados, mis actos no son reflejos
de los tuyos. Y yo, Señor, quiero responder a esa imagen Tuya. Transforma mi
corazón en un corazón como el tuyo, Señor, y dame la Gracia de que mis actos
sean fiel reflejos de los tuyos.
Y la salvación
eterna no es de este mundo, porque aquí, quieras o no, tendrás que morir y
partir a otro mundo. Y es ese mundo eterno, del que nos habla Jesús, el que nos
interesa. Un mundo al que hay que llegar limpio de todo pecado. De ahí que
Jesús nos ofrece primero el perdón de nuestros pecados.
No hay mayor gozo
y alegría que vivir esa Buena Noticia que es la salvación. Salvación de este
mundo, donde esclavizados y amenazados por el pecado, vivimos sometidos. No
somos libres, lo experimentamos porque muchas veces no hacemos lo que nos
gustaría hacer.
El Señor nos libera y nos da esa libertad de vivir en la verdad y la justicia. ¿No has experimentado la alegría que da vivir con esa actitud? Prueba y verás como te llenas de un gozo que perdura, que te llena de paz y de inmensa alegría. Una alegría contenida y que no desaparece.
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