Tenemos muchas
razones y enfermedades por las que acudir y acercarnos a Jesús, el Señor.
Necesitamos que nos limpie de la lepra del descompromiso, de la vagancia, de la
comodidad, de la pasividad, del placer, de la inclinación concupiscente, del
dinero…
Cada día, Señor,
nace con nuevos afanes, tentaciones y peligros. Mi fe se siente tentada y
seducida y teme, por su debilidad, caer en manos de este mundo seductor y
corrompido. Acompáñame, Dios mío, a sortear todos esos peligros de cada día.
Contigo los superaré.
Nuestro gran error
y pecado es creernos que estamos sanos. Porque, no es la enfermedad del cuerpo
la que nos mata sino la enfermedad del alma. Un alma que está sometida por el
pecado y que nos invade de la lepra que nos aparta, no solo de los demás, sino
de Dios. Y eso es lo peor que nos puede suceder.
La fe no es algo
constante y permanente. Tiene sus vaivenes que la hacen zozobrar y caer. Pero,
su gran mérito es permanecer, perseverar y creer a pesar de las oscuridades,
desalientos, obstáculos y desencantos.
Ejemplo de ello nos dan María, Juan el Bautista, Pedro y muchos otros. Y Jesús
nos dice que los que perseveren y se sostengan en la fe se salvarán.
¿Hay alguien más
fiable que la Palabra del Señor? Él es Camino, Verdad y Vida y su Palabra
siempre se ha cumplido y se cumplirá hasta el final.
Por tantos, hermanos en la fe, perseveremos y confiemos en el Señor unidos a su
Madre, a los apóstoles, a todos los santos y a la Iglesia militante. Amén.
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