Señor, me cuesta
reconocer mis debilidades, tanto físicas como espirituales. Me cuesta reconocer
mi inmadurez y la fragilidad de mi derrumbamiento. Si soy débil y vulnerable cuando
no acepto esa mi condición. Sin embargo, Señor, en Ti me hago siempre fuerte.
El problema se
esconde dentro de nosotros mismos. Somos humanos y, por tanto, pecadores.
Nuestra naturaleza está sometida al pecado: demonio, mundo y carne, y solo
podemos liberarnos dejando alumbrar por esa Luz que salva y que al mismo tiempo,
por su Gracia, reflejamos para que otros también lleguen a ella.
Algo que nos puede
ayudar a ver si el camino que recorremos es el correcto es mirar la luz que
derramamos en él. Si alumbra, es buena señal. Pero, si no alumbra debemos dar
la vuelta.
Solo tus pasos y tu Persona, Señor, me interesan seguir. Tú, Dios mío, marcas mi camino y mi ritmo. Todo está sujeto a tu Infinita Misericordia. Gracias Señor.
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