Es evidente que sin el Señor no podemos ni abrir la boca. En la hora de nuestro bautismo hemos recibido al Espíritu Santo, y lo hemos recibido para fortalecernos, llenarnos de su sabiduría y poder dar testimonio de nuestro ser hijo de Dios y de anunciar su Palabra.
Espíritu Santo,
lléname de tu fortaleza, de tu disponibilidad, de tu sabiduría y paz para que
pueda ser testigo de la Verdad y anunciar la Buena Noticia que nos trajo el
Señor y que, por medio de la cual nos libera de la esclavitud del pecado y nos
da vida eterna. Amén.
Un anuncio lleno
de alegría, de esperanza liberadora, de luz, de sanación y asombro. Porque no
se puede anunciar la Buena Noticia de otra forma. Es el gozo y la felicidad
eterna y eso nos llena de entusiasmo alegre, de luz y sabiduría, de liberación
y sanación y de asombro, que cada día descubrimos con plenitud de felicidad y
esperanza.
Una Iglesia que molesta y que defiende la libertad del hombre a pensar y a decidir su futuro. Un futuro que se abre lleno de esperanza y que solo el hombre por sí mismo debe elegir ante aquellos que quieren domesticarlo y someterlo.
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