Equivocamos el
camino cuaresmal si lo reducimos a prácticas piadosas, privaciones y limosnas.
Sin menospreciar éstas, que son importantes, el epicentro de nuestro camino
cuaresmal debe centrarse en un encuentro personal con un Jesús que nos salva.
Me quedo atónito,
Señor, ante tu Infinito Amor misericordioso. No merezco nada y Tú siempre
paciente y misericordioso esperas mi respuesta y conversión. Dame la sabiduría
de entenderlo y responder a tu Infinito Amor y Misericordia.
Un encuentro
nacido de la necesidad de sabernos salvados por el Único que puede liberarnos
de la esclavitud del pecado al que nos somete este mundo. Un mundo que de
satisfacernos abundantemente nos deja tirado más tarde en el vacío y en el sin
sentido.
Por eso, del
descubrimiento de la verdad y de todo aquello que necesitamos para ser felices
encontramos el deseo de buscar, llamar y pedir a quien nos lo puede dar. Y ese
es el Señor, nuestro Padre Dios, que nos ama con infinita misericordia. Y la
Cuaresma nos da esa oportunidad.
Todo se reduce a eso: querer para otros lo que tanto anhela y quieres para ti. ¿Y qué deseas para ti? ¿Paz, felicidad y vida eterna?, pues se trata de dar eso a los demás anunciando el Camino, la Verdad y la Vida.
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