También nosotros
vamos de camino. Y quizás defraudados, decepcionados, con cierto olor a
retirada, a instalarnos en la comodidad, cumplimientos y con la intención de
que con eso tengo bastante. No le percibimos como nos gustaría y pensamos que
no está.
Cada día es una
batalla hermosa que tenemos que lidiar. Hermosa porque estando en la presencia
del Señor saldremos vencedores y gozaremos de la presencia eterna del Señor
para la eternidad.
Nos cansamos y es normal. La fe nos exige constantemente pruebas. Creer y perseverar es tener fe. Y eso sucede de esa forma, sin ver, sin muchas veces sentir ni experimentar la presencia de Dios. ¿Dónde si no está nuestra cruz? ¿Cómo nos imaginamos nuestra cruz? ¿No está escondida en esa ceguera, duda o sensación de fracaso? ¿Acaso tendría mérito que el Señor se nos presentara claramente y nos disipara toda duda? ¿Para qué entonces la cruz? El premio exige sacrificio y esfuerzos.
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