Esta es el arma,
saber que Jesús, el Señor, está con nosotros todos los días, hasta el fin del
mundo. Y esta promesa, que se cumple cada instante y día de nuestra vida, debe
estar fija, firme y sellada en nuestro corazón. Es la impronta que debemos
tener presente siempre.
A veces creo que
yo solo puedo sostenerme y no me doy cuenta de que solo contigo, Señor, podré
permanecer firme en y por los caminos de este mundo. Te doy gracias por las
caídas y por experimentar que solo tu Mano Misericordiosa me levanta.
Sabemos que la vida nos presentará momentos fuertes, duros y cargados de tristeza y desánimos. Pero, también tenemos que saber que superar ese camino de dolor nos llevará a descubrir el camino de la felicidad y gozo eterno. Porque, en él va Jesús, el Señor, con nosotros y Él lo ha superado resucitando a una muerte de cruz. También, sepámoslo, resucitaremos nosotros si caminamos en y con Él.
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