El saber y creer
que este mundo es un camino para llegar al otro, al verdadero del que nos habla
nuestro Señor Jesús, nos fortalece y da fuerzas para soportar y sobre llevar
las penurias y tristezas de esta vida. Al final, creemos con esperanza y fe,
que llegará la alegría eterna.
Frecuentemente nos
ocurre que caemos en la rutina. Nos parecen todos los días iguales y eso nos
entristece y empobrece. ¡Líbranos, Señor, de viciarnos con la rutina y darnos
esa capacidad, alegría y novedad de descubrir lo hermoso y nuevo de cada día!
Amén.
Nos cuesta
entender la existencia del sufrimiento, de las tristezas, de las enfermedades y
de todo aquello que nos quita la alegría y felicidad. Pero, sabemos también que
el pecado contamina nuestro corazón y de él salen todos esos males que nos
amargan la vida. El dolor y sufrimiento es más dolor y sufrimiento por el
pecado que somete al hombre y del que el hombre es culpable. Nos salva la
Misericordia de Dios.
El mundo será mejor en la medida que las personas de buena fe de todas las religiones encuentren caminos donde la vivencia de su fe sea la mecha que prenda el fuego que unan a los pueblos en el amor y la política. Entonces se hará inevitablemente la paz.
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