Esa es una de las
claves más necesarias e importantes de nuestra vida. Porque, en la medida con
que juzgue seré juzgado. Y no son ocurrencias o consejos de alguien cualquiera,
es Palabra de Dios. Por tanto, aprendamos a ayudar más y juzgar menos.
Me atrevo, Señor,
a seguir el camino que Tú me has señalado porque Tú me acompañas y vas a mi
lado. Sin ti soy incapaz de dar un paso pero a tu lado experimento la fortaleza
de vencer el miedo y seguir adelante.
Meternos dentro del corazón esa idea de no juzgar es cosa de gran valor. Tener siempre presente en nuestras relaciones que, en la medida que yo opine y juzgue a los demás, así seré juzgado yo. Eso me ayudará a frenar mi mente, a suavizar mi corazón y a tener más contenida mi lengua. Y, sobre todo, pedírselo al Espíritu Santo para que seamos lo suficientemente prudente y humilde para no atrevernos a juzgar.
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