Esa es la clave:
nos dejamos llevar por la acción del Espíritu Santo o caeremos en manos del
demonio, mundo y carne. Porque, solo no podremos amar como nos ama el Señor y menos
a nuestros enemigos. Pero injertados en el Espíritu Santo sí.
Espíritu Santo, tú
que has entrado en mi corazón el día de mi bautizo, dame la fortaleza,
sabiduría y paz para no desfallecer en el camino y sostenerme firme en la
presencia y Voluntad de mi Padre Dios. Amén.
Solos nos será
imposible llegar a ser como el Señor quiere que seamos: fraternos y
misericordiosos. Pero junto a Él todo será distinto. Su Espíritu ha bajado a
nosotros en la hora de nuestro bautismo y lo hace para fortalecernos y, en Él,
podamos vencer nuestras pasiones, concupiscencia y egoísmos. Así podemos
convertir nuestro endurecido corazón en un corazón suave, manso y
misericordioso.
No lo que se ve es lo verdadero e importante sino lo que realmente mueve esas cosas que se ven. Y eso está en el corazón en donde se cuecen las verdaderas intenciones y motivaciones.
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