Dios nuestro Padre
– el Sembrador – no nos abandona. Quiere que la semilla sembrada dé frutos pero
nos pide que tengamos paciencia y trabajemos esa tierra que Él ha dejado en
nuestro corazón. Para ello necesitamos dejarnos arar, abonar y preparar por su
Espíritu.
Tú, mi Señor,
alumbras mi camino con tu Palabra y tu Vida. Me acompañas cada instante de mi
vida y le das sentido, señalas mis pasos y me orientas por el camino de la
verdad y el amor misericordioso. No podría dar un paso sin tu presencia Señor.
Dame la sabiduría de saber que solo con contigo puedo encontrar el verdadero
camino que busco. Amén.
El fruto no se consigue de un instante para otro. El fruto necesita tiempo para nacer, crecer y madurar. De la misma manera nuestra tierra necesita prepararse, ararse, abonarse y ser bien regada para que la semilla dejada en ella pueda hundirse y echar raíces que bien asentadas chupen la sustancia – Palabra de Dios – que la fortalezca para dar buenos frutos.
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