Será siempre una
buena ocasión pararnos, serenarnos y al calor de un café preguntarnos qué pasa
en nuestro camino y cómo está la tierra de nuestro corazón. ¿Se ha vuelto dura,
pedregosa, llena de abrojos o se mantiene limpia y fértil?
Quiero, tú lo
sabes Señor, seguirte y vivir en tu Palabra. Dame la fortaleza de, injertado en
tu Espíritu, realizarlo. Sabes, mi Señor, que es mi mayor deseo y cada día me
levanto con esa inquietud de responder a tu llamada. Amén.
En la hora de tu bautizo ha bajado el Espíritu Santo a ti. El mismo Espíritu Santo que bajó a Jesús en el Jordán. Jesús te señala el camino a seguir: dejarse guiar por el Espíritu Santo. Sin Él no podremos hacer frente a esa dureza del camino; a esa tierra pedregosa; a esos abrojos – cizaña – que nos tientan y ahogan y nos impiden acoger la Palabra de Dios – semilla buena sembrada – y dejarla germinar en nuestro corazón para que dé frutos.
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