No damos crédito a
lo que oímos de alguien que hemos visto crecer y del que conocemos su origen.
Más que admirarnos de su sabiduría nos escandalizamos de sus enseñanzas. No
aceptamos sus palabras ni milagros y nos preguntamos: ¿De dónde le viene eso?
¡Ven Espíritu
Santo, fortalece mi espíritu, lléname de tu paciencia, perseverancia y valentía
para que cada día viva en y por tu Acción, y sepa dar testimonio del Amor
Misericordioso que Dios, nuestro Padre, nos regala. Amén.
Somos exigentes
con aquellos que conocemos desde pequeño y sabemos de sus orígenes. Sin
embargo, aceptamos todo lo que nos venga de afuera sin tanta exigencia. Jesús
no fue aceptado en su pueblo. Sus enseñanzas fueron puestas en cuestión pues no
entendían de dónde le venía esa sabiduría ni esos milagros. Hoy sigue
sucediendo lo mismo. A pesar de tener ojos y oídos no ven ni oyen.
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