La cuestión no es
ser o no ser de los últimos o primeros. No es cuestión de llegar o estar sino
de amar. Amar con humildad porque amar de otra manera deja de ser verdadero
amor. Solo con humildad y disponibilidad podemos amar sin mentiras ni tapujos.
Simplemente, con gratuidad y sin condiciones.
Ese es mi
objetivo, mi prioridad, mi deseo primero, hacer que mi pobre corazón se parezca
y lata como el Tuyo. Porque sé, mi Señor, que de esa manera encontraré la paz,
el gozo y la felicidad eterna. Esa son mis intenciones, Señor.
La sorpresa puede
sorprendernos cuando basamos y apoyamos nuestra identidad cristiana en el
cumplimiento de preceptos y normas. El seguimiento a Jesús no está basado en
unas reglas o mandamientos, sino en el corazón. En él se esconde nuestras
intenciones de amar como nos ama Jesús. Es decir, con misericordia. Dependerá,
pues de que nuestra relación con los demás esté apoyada en esa misericordia que
también nosotros recibimos de nuestro Padre Dios. Así todo se cumplirá.
Una palabra, un
libro, un consejo, un buen testimonio y muchas cosas más ayudan, pero lo único
y verdaderamente importante y salvador es la Palabra de Dios. La lectura del
Evangelio de cada día, reflexiva, atenta y en actitud de hacerla vida en mi
vida apoyado en la acción del Espíritu Santo, es la que nos transforma y
fortalece para, por la Gracia de Dios, seguirle y vivir en Él.
Una lectura, apoyada en la Eucaristía y reconciliación por su Infinita
Misericordia, y confiada por la fe en su Amor Misericordioso, nos hace, aunque
no lo percibamos, mejor persona cada día. Dios, nuestro Padre, conoce nuestras
buenas intenciones, nuestros esfuerzos y hará que den frutos. Tengamos confianza
en su Palabra.
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