No podemos
pararnos ni pensar que ya hemos llegado. No podemos creernos ya convertidos ni
que actuamos en la voluntad del Padre. No podemos creernos discípulos aventajados
ni seguidores bendecidos. Simplemente debemos creernos humildemente servidores.
Dame, Señor, la
sensibilidad para advertir tu Amor Misericordioso y la gratuidad de este. Tu
presencia fraterna, solidaria, amiga, paciente, comprensiva y amorosa que busca
mi bien y mi salvación. ¡Y yo, Señor, sin darme cuenta!
Desde el momento
que bajemos la guardia y nuestra mirada no se sostenga firmemente en el Señor,
el diablo actúa y entra en nosotros para seducirnos, tentarnos con la
suficiencia, vanidad, orgullo y preparación. Nos seduce con la fábula del
cuervo y el zorro y nos hace ver que no necesitamos de nadie para caminar por
la vida, que solo nosotros nos bastamos. ¡Mucho cuidado, no dejemos nunca la
oración y el contacto diario con el Señor!
Es evidente que
queremos ser felices. Y no es menos cierto que tenemos en nuestras manos el
serlo. Todo se reduce a creer en la Palabra de Aquel que ha vencido la muerte -
ha Resucitado - y nos ha prometido que, si creemos en Él, también
resucitaremos.
Por tanto, basta
creer en Él y, evidentemente, resucitaremos. Ahora, su Misericordia es Infinita
pero su justicia también. No sería justo que todo lo que hayamos hecho mal se
quedase sin restituirlo para bien. Está claro, tendremos que pagar todos
nuestros pecados y eso justifica y da certeza a la existencia del Purgatorio,
lugar donde purgaremos todos nuestros pecados.
Ahora,
experimentarnos salvados es ya un gran motivo de alegría. Y más todavía para
acrecentar nuestras buenas obras, nuestra fidelidad al Señor y nuestra íntima
relación con Él. Todo eso, por su Infinita Misericordia, acortará más nuestro
tiempo purgativo.
Un fuerte abrazo
en Xto. Jesús.
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