Nuestra dignidad
de hijos de Dios se hace posible gracias a ese gran regalo de su Misericordia
Infinita. Por y en ella somos redimidos, perdonados y rescatados de la esclavitud
del pecado e hijos de Dios y coherederos, en y por los mérito del Hijo, de su
Gloria.
Es evidente,
aunque la razón no parece verlo así, que quien da recibe. Y si ese dar y darse
se hace de manera generosa y gratuita, su cosecha será inmensa hasta el punto
de ser eterna. Pidamos, pues, al Señor que nos dé una capacidad de darnos
generosamente. Amén.
El gran regalo de
la Infinita Misericordia de nuestro Padre Dios nos deja muy claro el valor de
nuestros méritos. Nada alcanza a pagar todo lo que Dios nos da y nos regala.
Todo es Gracia de Dios y Amor Misericordioso, de modo que nuestra dignidad de
persona y todo lo que somos son regalo de un Dios Padre que nos ama con un Amor
Misericordioso que no podemos entender. Su Amor Misericordioso es un misterio
que solo entenderemos cuando estemos en su presencia. Amén.
En muchos momentos
de nuestro camino nos cansamos porque no vemos resultados. Sin darnos cuenta
trabajamos por y para obtener resultados y si no aparecen bajamos los brazos o,
cansados, lo dejamos sin discernir si es necesario, importante insistir y seguir.
¿Acaso Jesús nos
pide resultados? ¿Acaso aquella red de Pedro se llenó de peces por su trabajo?
¿No dependen del Señor y solo a Él corresponden los resultados? Luego, a
nosotros solo nos corresponden perseverar e insistir aunque no veamos ni
recojamos cosecha.
Tú nos conoces, nos entiende, ves lo oculto de nuestra vida, de nuestros sentimientos, de nuestro ser y obrar y sabes todo, visible e invisible, de nuestro vivir de cada día. Y guardarás lo valioso, lo bueno y todo el amor que he sido capaz de dar olvidando mis errores, mis fallos y pecados. Gracias, Señor, por tu Infinita Misericordia.
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