No nos resulta fácil fiarnos y dejarnos llenar de la Palabra de Dios proclamada. Pero no se trata de eso, sino de dejar que entre en nuestro corazón, rumiarla, discernirla y confrontarla con la verdad en lo más profundo de nuestro corazón. Porque Ella es la verdad, luego, tú decides.
Ese es el dilema y, por supuesto, el mío también: La batalla diaria por vencernos a nosotros mismos al desear la gloria del mundo en lugar de la Gloria de Dios. Danos, Señor, la sabiduría de poner tu Gloria en la primera prioridad de nuestra vida.
Estamos llenos de prejuicios, envidias, egoísmos, caprichos y queremos ser felices. Buscamos, pues, la felicidad en esas cosas, en tener y poseer. Necesitamos dinero y poder. En esas situaciones nos resultará muy difícil escuchar la Palabra de Jesús, el Señor. Menos considerarle el Hijo de Dios. Mejor, para escucharle, apartémonos de esos deseos mundanos, materiales y dominadores de nuestro yo para, despojados y libres, poder escucharle y aceptarle. Porque, en Él está el Camino, la Verdad y la Vida de lo que realmente nos hace feliz y buscamos.
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