Es evidente que
seguir a Jesús comporta unas exigencias que a veces nos resultan adversas y
contrarias a nuestra forma de actuar o de ver. Incluso, admitiendo que así debe
ser, experimentamos miedo, descompromiso, pereza y deseos de no complicarnos la
vida.
¡Madre, te sentimos cerca de nosotros y experimentamos tu agasajo, tu misericordia y tu aliento! Nos fortalecemos al compartir tu dolor y al experimentar que solo la cruz es el camino para alcanzar la salvación. Y tú, Madre, nos lo enseñas.
Si nos resulta más cómodo y hasta cierto punto no tan difícil decir «Señor, Señor», sucede que no quedarnos en la palabra, sino sumergirnos en los hechos y llevarlos a la vida se nos atraganta y se nos hace, diría imposible, vivirlos. Porque, todo lo que no pase de las palabras queda inútil y desarraigado de la realidad. Es decir, mentimos cuando decimos «Señor, Señor» y nuestra vida no pasa de esas palabras.
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