La clave es
pararnos y preguntarnos: ¿A dónde vamos? ¿Qué esperamos conseguir de este
mundo? ¿Simplemente vivir unos cuantos años, en el mejor de los casos cómodamente?
¿O buscamos vivir feliz y eternamente como sentimos que estamos llamados?
Solo abierto a tu
Espíritu, Señor, podremos encontrar el camino, sentir la fortaleza y la alegría
de experimentar tu Infinita Misericordia y de amar como Tú nos ama poniendo
nuestra vida al servicio de los más necesitados. Amén.
¿No advertimos que
alguien nos tiene los ojos cerrados y no vemos la realidad? ¿No sentimos ese
deseo en lo más profundo de nuestro corazón de felicidad? ¿Por qué entonces no
la buscamos? Sabemos que en este mundo no está. Luego, ¿por qué no buscamos en otro
lugar, o escuchamos a quien nos da razones y pruebas para encontrarla?
Amar a Dios y
mirar para otro lado respecto al prójimo que ves y está a tu lado no encaja en
el primer y único mandato de nuestro Padre Dios. Es evidente que eso es lo que dificulta nuestro amor a Dios.
Amar a Dios es
relativamente fácil, o al menos no presenta gran dificultad. Decir que amamos a Dios y tener una ruta de piedad intensa, pero obviar el amor
al prójimo, sobre todo al más necesitado, echa abajo nuestra buena intención de
amar a Dios.
Jesús nos lo dice muy claro: Ama a tu Padre Dios y al prójimo como a ti mismo. Realmente, mentimos si hacemos lo primero pero obviamos lo segundo. Y es ahí donde debemos esforzarnos. Nunca solos sino abiertos y en manos del Espíritu Santo. Y con mucha paciencia.
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