Jesús está
presente a cada instante en mi vida. Su Palabra se cumple, alimenta mi camino y
me llena de esperanza. Tomar conciencia de esta realidad nos dará fuerza para
sostenernos firmes en su presencia y dejar que sea Él el guía de nuestra vida.
Todo consiste en
dejarnos guiar por ese Espíritu que ha venido a nosotros en el instante de
nuestro bautizo. Él nos guiará, fortalecerá y dará la capacidad necesaria para
hacer lo que nos corresponde hacer según la Voluntad de nuestro Padre Dios.
Jesús, el Señor,
está presente entre nosotros. Y tan presente que nos alimentamos de su Cuerpo y
Sangre en cada celebración Eucarística. Lo podemos tocar con nuestro corazón y
experimentar en el día a día de nuestro camino con y a través de su Palabra y de
nuestro contacto en la oración con Él. Nunca perdamos esa conciencia de saber
que, pase lo que pase, el Señor está a nuestro lado, cercano y dispuesto
siempre a darnos la Vida Eterna junto a Él.
No tiene ningún
sentido ser optimista. Y lo pienso porque de nada sirve ser optimista y pensar
que las cosas se arreglan solas. Mejor ponerse en camino y tratar, en la medida
de tus posibilidades, intentar arreglar lo que puedas.
Otra cosa es vivir en la esperanza. Una esperanza confiada en Aquel que te ha prometido la Vida Eterna en plenitud de gozo y felicidad. Una esperanza que te fortalece y te ayuda al vivir de cada día con alegría y la confianza de saberte elegido, protegido y llamado a vivir esa felicidad que buscas y persigues. Por eso, mejor que optimista, vivir en la esperanza de la segunda venida del Señor. Su Palabra es firme y siempre se cumple.
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