Es evidente que la
Ley está para cumplirla, pero más allá de la Ley está la buena intención del
corazón, el arrepentimiento y, sobre todo, la misericordia. Precisamente, nos
salvamos, no por la ley, que, a nuestro pesar, la incumplimos, sino por la Misericordia de
Dios.
Sed, mucha sed,
Señor, de amar, de darme en servicio a los que lo necesitan. Sed de entregarme,
por amor, a hacer el bien y de estar disponible a servir al necesitado. Pero,
mi sed se desvanece, se seca y endurece si Tú, Señor, no estás presente y a mi
lado.
¿Cómo no vamos
nosotros a ser misericordiosos? De la misma manera que somos perdonados, ¿cómo
no vamos nosotros a perdonar? ¿Con qué cara nos podemos presentar ante nuestro
Padre Dios si no hemos sido misericordiosos con los que nos han ofendido cuando
Él nos perdona todas nuestras ofensas? Claro, es evidente que necesitamos una
cosa: dolor de contrición y verdadero arrepentimiento. Primero tenemos que reconocer
nuestro pecado para luego ser perdonado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu pensamiento es una búsqueda más, y puede ayudarnos a encontrarnos y a encontrar nuestro verdadero camino.