Es posible que
sintamos miedo por nuestra debilidad e impotencia para cumplir la Voluntad del
Padre. En alguna ocasión los discípulos pensaron lo mismo. Pero tengamos en cuenta
que no estamos solos, el Espíritu Santo nos acompaña y la Misericordia de Dios
es Infinita.
Señor, mi problema
es que no sé escucharte ni escuchar. O, posiblemente, entiendo otra cosa.
Quizás lo que hago es escucharme y no escuchar. Lo mismo me ocurre con el abrir
mi corazón. Igual lo que hago es cerrarlo a mis intereses y egoísmo.
¡Transfórmamelo, Señor!
Lo sabemos y, además, lo experimentamos cuando lo vivimos desde lo más profundo de nuestro corazón. El gozo que experimentas cuando haces alguna obra buena y gratuita por el bien de otra persona es incomparable y único. Y además no se termina. Siempre queda esa impronta de gozo sellada a fuego en tu corazón. Seguramente lo has comprobado muchas veces en tu vida. Pue bien, es ahí, en el amor, donde se esconde la única y verdadera felicidad. Y cuando ese amor está unido al de Xto. Jesús, la felicidad permanece y camina hacia la plenitud eterna.
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