No es precisamente
el templo el lugar para vernos, dialogar e intercambiar opiniones, consejos o
relacionarnos socialmente. No se trata de buscar relaciones mercantiles ni de
llenar nuestro tiempo de ocio. Se trata de relacionarnos con nuestro Padre
Dios.
Sé, Señor, que mi
camino es un camino de perfección. Camino que yo solo no puedo alcanzar.
Necesito tu Fuerza y tu Poder para, abierto a la acción del Espíritu Santo,
transformar mi vida según tu Palabra y tu Amor Misericordioso. Amén.
El templo es la
Casa de Oración donde nos relacionamos con Dios de una forma real y presencial
ante el Sagrario y de forma espiritual como alimento, en la Eucaristía. Es el
lugar donde unidos en un mismo Espíritu adoramos a nuestro Señor, hablamos, le
damos gracias por todo y le pedimos por nuestros problemas. Es, por tanto, un
lugar de silencio y respeto a todos donde reina la paz y la intimidad, sobre
todo con nuestro Padre Dios.
Nuestra relación
con nuestro Padre Dios, por eso es Padre, está ligada a nuestra relación con
nuestros hermanos, por eso somos hijos. Amamos a Dios y nos relacionamos con Él
en verdad y espíritu en la medida que nuestra vida es también coherente con el
amor y la misericordia con nuestros hermanos. Sobre todo con los pobres.
Es, por tanto
evidente que el primer mandato que nos da es el Amor a Él en relación con
nuestros hermanos. De modo que si nos relacionamos con Él sin mirar ni tener en
cuenta a nuestros hermanos, nuestra relación es falsa y vacía. Y, por nuestra
naturaleza egoísta y pecadora experimentamos que somos débiles.
Pecamos,
necesitamos orar y orar, pedir y pedir, para que, poco a poco, nuestro corazón
sea algo más generoso, humilde, suave, paciente y comprensivo y, sobre todo,
comparta todo lo que es y tiene con los que más lo necesiten.
Unidos en oración
pidámoselo al Señor. Amén.
Cada día tiene su noche. Y es precisamente por la noche cuando se hace silencio y se puede pensar y ver mejor. Sobre todo interiormente tu propio corazón. Un buen pensamiento puede prenderle fuego y hacer que arda esa fuerza de amor y misericordia que duermen en él.
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