Verdaderamente
estamos ciegos. Buscamos la felicidad y pasamos sobre ella a cada instante sin
darnos cuenta de que está delante de nosotros. Solo necesitamos pararnos y
mirarnos, y, seguro que la encontraremos. Vive dentro de nosotros.
Señor, me faltan
palabras. Nunca encontraré las que puedan expresar y contener todo el
agradecimiento por lo que he recibido y estoy recibiendo. Tú, Señor, me
sostienes y haces que mi vida tenga sentido. Reconozco que nunca podré
devolverte todo lo que gratuitamente me has dado. Infinitas gracias. Amén.
Hemos sido creados
para ser eternamente felices. Solo tenemos que buscar en nuestro interior, en
lo más profundo de nuestro corazón y cultivar la semilla del amor
misericordioso que Dios, nuestro Padre, ha sembrado en nuestro corazón. Una
semilla de amor que bien abonada – Sacramentos – y regada con el agua de la
oración dará hermosos frutos de vida y felicidad eterna.
Eso debe ayudarnos a llenarnos de esperanza, de paciencia y, sobre todo, de fe. El Hijo del Hombre se transfigura y nos muestra su Divinidad. En Él seremos eternos en gozo y felicidad. Amén.
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