La cruz siempre
será dolorosa y dura. Exigirá renuncia y olvido de ti mismo y poner al otro
siempre en el primer lugar procurando y buscando su bien. Sobre todo aquellos
que lo necesitan. Eso es amar, y amar es el único mandato que nos exige nuestro
Padre Dios.
Sé, Señor, que el
miedo me acompañará todo mi camino y toda mi vida, pero también sé que contigo,
Señor, mis miedos serán vencidos y mi camino seguirá hacia la Casa del Padre, donde
Tú me esperas y me has preparado un lugar para vivir eternamente. Amén.
Para que negarlo, la cruz siempre nos va a exigir dolor y sufrimiento. Jesús así la acepto y entregó su Vida por nosotros. Y nosotros no podemos ser menos. Nos costará sufrir, ya nuestra muerte viene precedida de dolor y sufrimiento, y también muchos momentos de nuestra vida. Es evidente que cada cual tiene su propia cruz. Ahora, solo con el Señor podemos aceptarla, soportarla y darle sentido a nuestra vida terrenal para luego vivirla plena y gozosa eternamente.
Desde nuestra propia situación, circunstancias, pobreza y debilidad podemos certificar que Dios es nuestro Padre y que en, por y con El encontramos sentido a nuestra vida, a nuestro sufrimiento y a vivir esperanzados en la búsqueda de un mundo en paz, plenos de felicidad y eterno.
Somos administradores de nuestra propia vida. El Señor nos la ha dejado en nuestras manos para que la administremos bien. Y bien es en beneficio de los más pobres y necesitados. El Papa Francisco nos pone hoy un ejemplo y testimonio de una creyente, Madeleine Delbrêl que nos puede ayudar a encontrar luz para nuestra vida.
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