De nada vale preocuparse
por las cosas que ahora son y mañana no son. Conviene más estar atento a ese
deseo de eternidad que sentimos dentro de nosotros y darle esperanza de que sea
una realidad eterna. Para eso, llena tu corazón de fe, espera y estate atento.
Dame, Señor, la
sabiduría de descubrir mis talentos y de ponerlos al servicio de los que
verdaderamente lo necesitan, y de forma gratuita y sin esperanza de recompensa.
Tu Amor Misericordioso, Señor, me llena plenamente y me basta.
Sabes, es lo más cierto que conocemos, la llegada de tu muerte. No sabemos el día, ni la hora, pero sí que llegará. ¿Y qué pasará después? Jesús nos lo dice claramente en el Evangelio de hoy domingo – Mt 25, 1-13 – y nos advierte del peligro de vivir descuidados y sin la debida prudencia de estar preparados a esa cita inevitable que tienes con tu Creador. Dependerá de ti, de tu fe y de tus deseos de aceptar esa invitación al Banquete de Vida Eterna que tu Padre te tiene preparado.
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