María, Madre,
contigo empieza la hora de mi salvación. Tú eres la puerta y la cuna donde tu
Hijo, nuestro Señor, se hizo hombre tal como nosotros y, con y por su muerte y
Resurrección, nos da también a nosotros esa posibilidad de, por la fe en El,
alcanzar también la Resurrección.
Busco el verdadero
sentido de mi vida y quiero ser feliz siempre. El Adviento me habla de eso, de
un Niño Dios que viene a darme lo que realmente quiero, ser feliz eternamente.
Y en el Adviento espero eso, ¡la salvación! ¡Ven Señor Jesús!
Es evidente y de
sentido común que la Madre del Creador, nuestro Señor Jesús, no podía ser una
Madre cualquiera. Corresponde, tal y como es natural y lógico, ser una Madre
bella, pura, llena de Gracia e Inmaculada. Es decir, con todos los honores
porque es la Madre de Dios. ¿A quien no le gustaría, y por supuesto que lo
procuraría, que su madre fuese la mejor del mundo? Pues, María, Madre de Dios,
lo es. Una Virgen digna de ser, por la Gracia de Dios, Madre de Dios y Madre
nuestra.
No se trata de
abundancia de cosas o bienes, se trata de dejar entrar en tu corazón el Amor de
Dios y permitirle que coloque en él lo que realmente necesitas para ser feliz.
Porque, solo en Él está la felicidad.
Cuesta ser pobre.
Mejor, cuesta desprenderse de las riquezas y, aun teniéndolas, vivir
sobriamente tomando solo lo necesario para vivir dignamente. No encontrarás
mayor gozo que el compartirlas con los que realmente las necesitan para
alcanzar esa dignidad.
Terrible cosa es la
avaricia, que embota ojos y oídos y hace a sus víctimas más fieras que una
fiera. La avaricia no deja pensar en la conciencia ni en la amistad, ni en la
salvación de la propia alma.
Aparta todo de un golpe
y, como dura tirana, hace esclavos suyos a quienes se dejan prender por ella. Y
lo peor de esta esclavitud es que persuade a los que la sufren de que le estén
agradecidos… y así la enfermedad resulta más incurable y la fiera más difícil
de domar…
Me dices que no adoras
el oro como hace el otro con su ídolo. Pero le consagras todo tu cuidado.
Aquel, además, antes entregaría sus ojos y su alma que su ídolo. Y lo mismo hay
que decir de quienes aman el dinero…
Lo que la avaricia
manda se cumple puntualmente. Y, ¿qué manda? Sé enemigo de todo el genero
humano, desconoce la naturaleza, menosprecia a Dios.
Y en todo eso se le obedece. A los ídolos se les sacrifican bueyes y ovejas, la avaricia en cambio dice: «Sacrifícame tu alma» Y convence a su adorador. (CJ – cuadernos – 234 – Ricos y pobres en el Nuevo Testamento – José Gonzáles Faus).
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