¿Es que no nos
damos cuenta? ¿No es esto un milagro palpable y cierto al responder Isabel al
saludo de su prima María? Hasta Juan, en el seno de su madre, salta ante la presencia
del Señor. ¿No se puede anunciar y transmitir mejor este hermoso encuentro
donde la encarnación del Señor queda realmente manifiesta.
Ese es mi deseo,
Señor, ser tu discípulo fiel y vivir en tu Palabra con mi vida y mis obras.
Pero, sé que soy débil e infiel en muchos momentos donde mi naturaleza es
frágil y se deja seducir por el pecado. Haz, Señor, que mi vida sea como Tú
quieres que sea.
La fe de María
queda manifiesta en esa visita a su prima Isabel. Una fe que la invita y motiva
a moverse, a salir corriendo a visitar a su prima, también en estado de gracia
de Juan, el llamado a preparar el camino al Señor. De cómo Isabel saluda a
María es la contundente prueba de que María es la Madre de Dios. Y también de
la presencia del Espíritu Santo que la ilumina para que conozca y diga lo que
realmente está sucediendo. No cabe duda, este pasaje de la visitación es un
milagro de la presencia de Dios en estas dos mujeres.
Celebremos la
Navidad sin perder de vista que es el pesebre el fundamento de estas fiestas.
Posiblemente no tengamos una fe fuerte, pero nos reunimos para celebrar que
hoy, hace más de dos mil años ha nacido el Niño Dios.
De acuerdo
con el Papa Francisco, en la Navidad es fundamentalmente el pesebre, el
Misterio que se encarna en Naturaleza humana y quiere nacer pobre, en un
humilde pesebre como llamándonos a una lucha contra las apetencias y riquezas
de esta vida que nos esclavizan y nos someten dominando nuestra voluntad y
deseo de amarnos fraternalmente. Y, por desgracia, en muchos lugares pasa
desapercibido oculto entre las luces, regalos y fiestas.
Nada hay más
vergonzoso, nada más cruel que los intereses que proceden de la usura. El
usurero trafica con las desgracias ajenas y de la miseria de su prójimo hace él
su negocio. Pide paga por su caridad, presta como si temiera aparecer
despiadado y, con máscara de caridad, ahonda más el hoyo de la miseria. Cuando
nos ayuda, agrava nuestra pobreza; si alargamos la mano, nos empuja; cuando
parece acogernos en un puerto, nos arroja al naufragio estrellándonos en un
escollo o en una roca (CJ – Cuadernos - 234 – Ricos y pobres en el Nuevo
Testamento – José I. González Faus).
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