Juan proclamó,
preparó el camino al Señor y creyó en Él. Ahora, ¿qué decimos tú y yo? ¿Creemos
en el Señor y preparamos, en la medida de nuestras posibilidades, la venida del
Señor empezando por nosotros mismos y luego llevándole a los demás?
El poder no está
en la fuerza ni en las riquezas. Tampoco en las influencias, la valía o el
conocimiento. El único y verdadero poder está en el servicio a los demás, sobre
todo a los más necesitados y vulnerables. Y tras ese poder y escondido en él
está el verdadero gozo y felicidad.
Juan sabía quién
era y cuál era su papel. Y lo cumplió tal y como estaba previsto y profetizado:
«Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como
dijo el profeta Isaías». «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está
uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de
desatarle la correa de su sandalia». Y eso fue lo que realmente hizo, cumplir
la Voluntad del Padre.
Las riquezas se llaman «utilidades» (chremata) porque son para usarlas útilmente, no para enterrarlas. Cada trabajador sabe al dedillo su oficio. ¿Y el rico? El rico no sabe ni trabajar el hierro, ni construir una nave, ni tejer ni edificar, no cosa alguna semejante. Que aprenda, pues, el oficio de emplear debidamente su riqueza dando a los necesitados y sabrá un arte mejor que el de todos los de más artesanos (CJ – Cuadernos – 234 – Ricos y pobres en el Nuevo testamento – José González Faus).
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