Dios, tu Padre, te
ha creado para que seas feliz eternamente a su lado en su Reino. Ha sembrado,
por tanto, la semilla buena en tu corazón pero ha dejado que seas tú quien
abone tu propia tierra, cultives la buena semilla y la protejas de la zarza y
abrojos para que dé buenos frutos.
Has sido creado a
su imagen y semejanza. Por tanto, es evidente que dentro de ti hay mucho de
parecido a tu Padre Dios, tu Creador. Sin embargo, te toca a ti descubrirlo,
discernirlo y tomar parte en decidir tu camino. En el bautismo tienes una
oportunidad para que el Espíritu Santo, quien baja a ti en ese instante, te
asiste, ilumine y fortalezca. Los peligros por los que vas a caminar en este
mundo son peligrosos y solo no tienes posibilidad de sortearlos. Necesitas el
auxilio y asistencia del Espíritu.
De siempre hemos oído
que la avaricia rompe el saco. Pues bien, hoy el Papa Francisco, en la
catequesis de la audiencia de hoy miércoles, nos habla del vicio de la
avaricia. Un vicio que nos ciega hasta el punto de hacernos perder la
trascendencia de nuestra alma y el destino al que estamos llamados: La vida
eterna.
De nada nos vale
atesorar en este mundo porque todo se queda aquí. Importa atesorar actos de
amor y misericordia que son los que nos valen para entrar en el Reino de
nuestro Padre Dios.
Con el tiempo me
he dado cuenta de que la avaricia está en aquellos que cegados por el poder del
dinero no se dan cuenta de que aquí el tiempo es poco. Por tanto, de muy poco
sirve - valga la redundancia - poseer todo el dinero y el poder del mundo
porque todo se acabará pronto, y todo se quedará aquí.
De que te vale,
pues, ganar el mundo si pierdes tu alma y tu vida condenándola para la
eternidad. Hoy el Papa Francisco toca este vicio tan peligroso de la avaricia y
nos invita a reflexionar sobre el mismo.
El Espíritu no tiene
mensaje propio, no es palabra externa; es silencio y actúa desde dentro y desde
abajo a través de personas y comunicades. Su misión, en definitiva, es
conducirnos a Jesús (I Cor 12, 3) (CJ – Cuadernos 235 – El Espíritu sopla desde
abajo – Víctor Codina).
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