No mires para otro
lado. Tanto tú como yo, y como todos somos llamados por Jesús. No esperes nada
espectacular y grande, Mírate en lo pequeño, quizás insignificante y cotidiano
de cada día. Dios se esconde en lo pequeño, en lo más humilde de cada día.
Y el mismo que
bajo sobre Él en el Jordán. También yo, Espíritu Santo, quiero abrirme a tu
venida y darte todo mi corazón para que Tú lo transformes en gotas de amor y
misericordia con todas las personas que me rodean. Entra en mi humilde persona
y guíala hacia la Casa del Padre. Amén.
Escucha a ese que
te ha dicho algo de Jesús, o aquella película que te ha recordado tu origen, tu
fe o tu primera comunión. Responde a ese «ven y verás»
y todo será diferente.
Encontrarás ese
verdadero sentido a tu vida que tanto buscas. Ese gozo y paz interior que te
sostiene con ánimo, que te da alegría cada día a pesar de las dificultades y
problemas, que no desaparecerán, pero que tendrán otra respuesta de aceptación,
de acogida y, sobre todo, de esperanza. Porque, la vida no termina aquí,
empieza precisamente con la muerte de este mundo para llegar al otro donde
reinará la paz, el gozo y la felicidad eterna.
Así de ataviada, ¿cómo vas a poder besar y abrazar los pies de Cristo? Él rechaza esos adornos… Pero ¡cualquiera quita sus joyas a las mujeres si ellas las prefieren aunque pasen hambre!... Y mientras tú te pones adornos que valen mi talentos, un miembro de cristo no tiene ni el sustento necesario (CJ – Cuadernos – 234 – Ricos y pobres en el Nuevo Testamento – José I. González Faus).
¡FELICES REYES!
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