Seguían la
estrella, presagiaban que algo iba a suceder. Intuían que algo estaba escrito y
se estaba cumpliendo. Sus corazones buscaban esa respuesta que por los signos interpretaban,
y que, pronto, al ver al Niño Dios, descubrieron que estaba en sus corazones.
Cada día
experimento Señor que Tú eres mi refugio donde mi debilidad se fortalece y mis
fuerzas se revitalizan. Así recobro nuevos bríos para superar las tentaciones y
los obstáculos que encuentro por este mundo y que tratan de desviarme del
camino que me lleva a Ti. Gracias, Señor.
¿Sabemos
ciertamente que celebramos el día de reyes? Es evidente que lo que ocupa en
primer lugar en nuestros corazones es día de regalos y fantasías, pero, ¿es eso
lo principal? Evidentemente que no, celebramos la venida del Niño Dios que
viene, encarnado en Naturaleza humana, a anunciarnos la Buena Noticia de
salvación, el Amor y la Misericordia de su Padre Dios y, por los méritos de su
Pasión, muerte y Resurrección, rescatar para todos nosotros la dignidad de
hijos de Dios.
No nos consideremos
como si no tuviéramos nada que ver unos con otros. Que nadie diga: «Aquel
no es amigo mío, ni pariente, ni vecino, ni tengo con él nada en común. ¿Cómo
voy a ir a él y qué le diré?»
Pero, aunque no sea
familiar ni amigo, es hombre de tu misma naturaleza que pertenece al mismo
Señor que tú… Dios nos ha dado este mundo como única morada; ha encendido el
sol para todos, nos ha extendido un solo techo, el cielo, y nos ha preparado
una única mesa: la Tierra. Nos ha dado también otra mesa mucho más excelente
que la anterior… Tenemos todos una sola patria en los cielos y bebemos de un
mismo cáliz…
¿De dónde viene, pues, en la vida una tal desigualdad? De la avaricia y arrogancia de los ricos. Por eso os pido, hermanos, que no obréis así en lo sucesivo: unidos estrechamente en las cosas comunes y más necesarias, no seamos separados por las cosas, terrenas y viles, es decir: por la pobreza y la riqueza, por el parentesco corporal, por el odio y la amistad (CJ – Cuadernos – 234 – Ricos y pobres en el Nuevo Testamento – José González Faus).
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