miércoles, 31 de enero de 2024

PENSAMIENTOS EN EL SILENCIO DE LA NOCHE

Nuestra razón levanta un muro ante la fe. Cierra nuestro corazón a creer lo que no entiende ni ve y se queda solo con lo que alcanza a ver y comprender. ¿Acaso Jesús no es real y con su Resurrección está presente hoy entre nosotros? Razones tienes para fiarte de la Palabra del Señor.

En muchos momentos, Señor, seducido por el pecado trato de justificarme y alejarme de Ti. Quizás no te rechace, pero si quiero cerrar mis oídos a tu Palabra y escaparme de tu amor misericordioso. ¡Rescátame, Señor, y líbrame de caer en la tentación!

Será una gran contradicción y utopía querer y depender de tus propias fuerzas. Frente al mal que representa el Maligno no tenemos nada que hacer. Es más fuerte que nosotros y nos engañará y vencerá con suma facilidad.

Esa es la razón por la que el Señor nos ha enviado al Espíritu Santo, que nos dará paz, sabiduría y fortaleza para poder contrarrestar las seducciones del diablo.

Pero, también tenemos que poner de nuestra parte, abrir nuestro corazón y luchar con todas nuestras fuerzas y talentos que nuestro Padre Dios nos ha concedido y regalado. Nos ha creado libres para que seamos también libres al elegir el camino a tomar.

Oremos para que los enfermos terminales y sus familias reciban siempre los cuidados y el acompañamiento necesarios, tanto desde el punto de vista médico como desde el humano.

Es evidente que la ira nos descontrola y nos lleva al odio y deseo de venganza hasta transfigurar nuestro rostro ante la presencia o pensamientos del otro. Conviene como nos dice el Papa Francisco poner paz y perdón lo antes posible para no dejar que esa semilla  de mala ira nos destruye y endurezca nuestro corazón.

Hoy, el Papa Francisco nos habla de la ira.  unos de los siete pecados capitales, que como la avaricia y gula desestabilizan nuestra paz, endurecen nuestro corazón y transforma nuestro semblante, tal y como nos dice el Papa Francisco, poniéndolo en un estado de agitación y haciéndose visible a la mirada de los demás. La experiencia, quizás de haberla sufrido, nos enseña el peligro que suscita el padecerla y la necesidad de cortarla de raíz con y por la Gracia de Dios.

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