Nunca puedes
legislar una ley que vaya en contra del bien y la verdad. La verdad te hace
libre y busca el bien del hombre. Por tanto, toda ley está supeditada y sometida
al bien del hombre, y será un delito legislar un ley que atente al bien y a la
verdad y, en consecuencia, vaya contra el bien del hombre.
Señor, cada día es
un paso más hacia Ti. Así los quiero yo vivir, a pesar de mis caídas, de mis
vicios, de mis debilidades, de mis fallos y fracasos, de mis desánimos y de
todo aquello que experimento y tiende a alejarme de Ti. Dame, Señor, la fe, la
fortaleza y la perseverancia para sostenerme en tu Palabra y tu Misericordia.
Amén.
Quienes hacen
leyes pensando en su provecho y bienestar están delinquiendo contra la verdad y
el bien. Esas leyes nacidas desde esas actitudes son leyes injustas y someten
la dignidad y libertad del hombre. Así era aquella ley del sábado que los
fariseos dictaban y hacían cumplir bajo amenaza de castigo. La ley tiene
siempre que ser liberadora y buscar el bien de las personas. Por el contrario,
las que atentan contra el bien, la libertad y la verdad deben ser prohibidas.
El Espíritu acompaña toda la vida de Jesús (tentaciones, predicación, milagros, elección de los discípulos, oración) hasta su pasión y muerte. Es también, el Espíritu quien le resucita de entre los muertos (Rm 8, 11) y es Él quien constituye el gran don pascual del Resucitado (Jn 20,22); finalmente, en Pentecostés el Espíritu desciende sobre la primera comunidad eclesial (Hch 2, 1-47) y se abre al mundo.
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