Nada nos sacará de
la inmundicias de este mundo. Quizás creamos que la fama, el poder, las
riquezas y todo lo que podamos conseguir en este mundo nos darán la felicidad y
la paz. Experimentaremos que no es así, solo dejando entrar en nuestro corazón
al Espíritu de Dios podremos avanzar y darle pleno sentido a nuestra vida.
Señor, experimento
mi debilidad, mis flaquezas ante las seducciones que el mundo me ofrece. Me
siento débil y tentado por el mundo, demonio y carne y sin fuerzas para
resistir y responder a tus llamadas. Dame un corazón fuerte que resista las
tempestades de la tentación y que pueda responder y hacer tu Voluntad. Amén.
Sucede que cuando
experimentamos lo contrario, la vida se nos oscurece y nos encerramos en
nosotros mismos. Entonces hacen acto de presencia en nuestro corazón la
desesperanza, el desasosiego, la nada y el deseo de ensimismamos en nosotros
mismos hasta el punto de anularnos y excluirnos de todo. Ponemos a cero
nuestras esperanzas, o dicho de otra forma, perdemos toda esperanza – valga la
redundancia – y vaciamos nuestro corazón de contenido y de alcanzar la
plenitud. Solo Dios puede hacer que nuestra vida se revitalice y nuestro
corazón salte de gozo, esperanza y alegría. Su Palabra es fuente de vida
eterna.
Pero ¿para qué sirve
decir esto tontamente a hombres que por nada del mundo despreciarán las
riquezas y se apegan a ellas como si hubiesen de ser eternas? Hombres que, en
dando una miseria de lo mucho que tienen, ya se imaginan haberlo dado todo. Eso
no es limosna. Limosna es lo de aquella viuda del Evangelio (Mt 12, 41 y ss.)
Si no eres capaz de dar tanto como la viuda, da al menos todo lo superfluo.
Pero no hay nadie que dé ni de lo superfluo. Esas cantidades de esclavos, esos
vestidos de seda, todo eso son cosas superfluas (CJ – 234 – Cuadernos – Ricos y
pobres en el Nuevo Testamento – José I. González Faus).
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